Fuero de Oreja

Fuero de Oreja

El Fuero del Castillo de Oreja está considerado como uno de los más importantes del medioevo español, las citas sobre el mismo son muy numerosas como puede apreciarse con la mera lectura del índice alfabético de la Historia de España de M. Pidal.

El Fuero de Oreja asignó al Castillo de Oreja un vasto término dividido por el Tajo, y que en su margen derecha coincidía básicamente con el actual Colmenar, extendido entonces hasta Fuentidueña y Villarejo y, por el otro extremo, hasta Aranjuez.

En la margen derecha del Tajo incluyó Oreja y Noblezas. Y la población de tan gran término se encontraba repartida en los dos núcleos urbanos, que no aldeas, que existían dentro de la demarcación del Castillo: Oreja y Colmenar, el primero escaso (pues Oreja, por su emplazamiento, fue una creación para la guerra); y el segundo, más numeroso, situado en la altiplanicie conocida geográficamente como prolongación de la Alcarrria.

El anejo Colmenar aparece ya entonces como un núcleo amurallado situado a la izquierda de un barranco, desde su comienzo en el Zacatín (donde se ponían los moriscos a vender sus telas) y hasta las Arroyadas.
 
Llegamos así al año 1209, en el que Alfonso VIII dona a la recién creada Orden de Santiago el Castillo de Oreja y sus aldeas, tierras, viñas, prados, montes, términos, pesqueras, es decir, todo lo que un Rey de entonces podía dar, que era todo o más que todo. Y la Orden de Santiago administró la Encomienda de Oreja durante 331 años, en los que Colmenar, con rango de Villa desde 1440, se convierte en el pueblo más pujante de los que integraban la Encomienda, gracias a las prerrogativas y derechos de que gozaban sus habitantes emanados todavía del Fuero de Oreja, y gracias a que la Orden prefirió potenciar los grandes núcleos poblacionales en detrimento de las aldeas diseminadas por el término.
 
Así fue que las gentes de Oreja, y de las aldeas de Villafranca, el Torrejón, Castellanos, San Juan del Valle y de San Pedro se fueron trasladando al Colmenar, que no pudo ya darles cobijo dentro de su amurallado recinto, por lo que estos nuevos pobladores (francos, castellanos, africanos) tuvieron que construir sus casas al lado derecho del barranco, rodeando el importante templo santiaguista que ya existía a mediados del siglo XIII. Y tanta gente fue a morar a Colmenar que en 1540 tenía ya 761 vecinos, o 2.869 habitantes, distribuidos entre la parte vieja y amurallada, que llamaron Villa, y la parte nueva que llamaron Arrabal, separadas ambas por un angosto barranco.
 
La variedad de los pobladores, de sus orígenes, de sus oficios, y los amplios y reales derechos a ellos otorgados por el Fuero de Oreja habían convertido a Colmenar en uno de los pueblos más importantes de Castilla. Y entre estos privilegios baste destacar la existencia de la excarcelación criminal y del medianeo para los pleitos civiles, o la posibilidad de que los vecinos del territorio pudieran pleitear antes sus propios jueces, sin los trastornos de un largo viaje a otro tribunal.
 
La existencia de Colmenar de hoy se basa en el ofrecimiento que, como dote, hizo Zaida del Castillo de Oreja a Alfonso VI; y la gallardía de Doña Berenguela para que su esposo, el emperador Alfonso VII, pudiera llevar a buen término la reconquista de Oreja y, como consecuencia, para que éste otorgara el importantísimo e histórico Fuero, que tanto carácter y tanta prosperidad imprimió a los pobladores de Colmenar. Los años de 1091 a 1648 pasan, pues, marcados por dos mujeres. Y en este año 1498, un acontecimiento en el que interviene otra mujer en Colmenar, es digno de ser descrito, pues tuvo que ver con la llegada al trono de Isabel la Católica.
 
Enrique IV tuvo una hija, la infanta Juana, a la que pusieron por apodo la "Beltraneja", por considerar muchos que no era hija del Rey sino del noble Beltrán de la Cueva. Como consecuencia de ello, unos tomaron como sucesora a Doña Juana y otros a Don Alfonso, hermano del Rey. Y la amenaza de un inminente conflicto sucesorio se resolvió con la célebre Concordia de los Toros de Guisando, en la que Enrique IV, poniendo en entredicho su propia honra, se avino a declarar como única y legítima heredera a su hermana Isabel (la futura Católica), apartando de esta manera del trono a su propia hija, la Infanta Doña Juana.

Mandó entonces Enrique IV una carta a todos los grandes y nobles de España que no habían estado en la Concordia de los Toros de Guisando, para que aceptaran su decisión. Pero no todos lo hicieron, como el Conde de Tendilla quien, en nombre de la princesa Doña Juana, mando una cara de protesta ante el Papa, protesta que el propio Conde colgó en la puerta de la Iglesia de Santa María la Mayor de Colmenar de Oreja, donde residían entonces el Rey Enrique IV y su hermana, la futura Isabel la Católica. Y si eso fue posible tuvo que deberse, con seguridad, a que Colmenar era tierra partidaria de Doña Juana, pues de otra manera y sin el apoyo y complicidad de sus habitantes, el Conde de Tendilla no hubiera tenido la posibilidad de ultrajar al Rey tan cerca, ni de llegar con su escrita protesta ante la magnífica entrada del templo de Colmenar de Oreja donde hubo de ser vista, forzosamente, por el monarca.
 
Tenemos ya a Colmenar convertida en pieza clave de la Encomienda de Oreja y en pueblo rico y principal de los de Castilla. Tanto es así que es el propio Papa Paulo III quien roma y el 3 de julio de 1540, autoriza a Carlos I, el nieto de los Reyes Católicos, a que saque las villas de Colmenar, de Oreja y de Noblejas de la jurisdicción de la Orden de Santiago para tomarlo para el propio emperador. Y si Carlos, el I de España y el V de Alemania, no tomó para sí todo el término que tras el Fuero de fue asignado a Oreja, fue porque el Duque de Maqueda, Don Diego de Cárdenas, firmó con el Emperador un contrato, redactado y otorgado ni más ni menos que en la Haya en 4 de agosto de 1540, mediante el cual cedía al Emperador un numerosísimo bloque de terrenos a cambio de conservar las villas de Oreja, de Colmenar y de Noblejas.
 
A ese año de 1540, en que Carlos I limó parte de nuestro término para agrandar su Real Sitio (el de Aranjuez), le siguió el empeño de otros monarcas de continuar su ejemplo, desde su hijo Felipe II hasta el Borbón Carlos III.

Hemos visto el interés que el Duque de Maqueda tuvo en mantener Oreja, Colmenar y Noblejas. Y hemos de adivinar en ese interés del Duque una enorme confianza en las posibilidades de Colmenar. Porque efectivamente, durante el largo período denominado de señorío, en el que el gobierno de Colmenar estuvo bajo el mandato de los Señores de Colmenar de Oreja, o de los Condes de Colmenar de Oreja, durante ese largo período decimos, Colmenar de Oreja se desarrolló de una manera espectacular. Pasó de los 2.869 habitantes vistos en 1540 a los 4.618 de 1751, lo que le convirtió, tras la desaparición de los señoríos en 1811, en el segundo pueblo más importante de los de Madrid, tras Alcalá de Henares, y muy por delante de otros como el mismísimo Aranjuez.
 
En los años de Señorío (1540-1811), Colmenar edificó la monumentalidad que hoy tiene e, incluso, asentó las industrias y los comercios que ya no tiene. Construyó su Casa Consistorial y el edificio del Pósito sobre su imponente y arquitectónicamente soberbia Plaza Nueva, hoy mayor; edificó los Conventos de las Agustinas Recoletas, el Monasterio de San Bernardino, el Hospital de la Caridad, hoy teatro; amplió la antigua iglesia santiaguista con una larga nave hasta su herreriana torre y adosó a sus costados las capillas del obispo de Fosant y del Amparo. Construyo el Humilladero, puso en riego toda la ribera del Tajo y puso en marcha las canteras de caliza que tuvieron masiva aplicación en el Palacio Real de Aranjuez y en el de Madrid. Inició la fabricación de las tinajas en sus más de treinta hornos en febril actividad para suministrar a todas las bodegas de España. Y, en fin, proliferaron buenos artesanos en los más diversos géneros, desde el esparto hasta el anís y el jabón.
 
Amén de la supervivencia, aun, de ciertos privilegios que perduraban del Fuero, hemos de atribuir esta frenética actividad empresarial y comercial a la buena administración local de los Señores de Colmenar quienes, en más de una ocasión, tuvieron que pactar la gobernación de la villa, y hasta el nombramiento del Corregidor, con los lugareños.

Pero esta actividad estuvo también empañada por las sucesivas guerras civiles que salpicaron España, como la que se padeció tras la muerte sin heredero de Carlos II, cuando disputaron la corona el Archiduque Carlos de Austria y Felipe V. Y así pasó que, desde el 15 de agosto de 1706 hasta el 8 de septiembre de ese mismo año, más de 5.000 hombres del ejército inglés del Archiduque tomaron Colmenar de Oreja, e hicieron tal destrozo de bienes, cosechas, y cometieron tales tropelías en las haciendas del lugar, que ya coronado Rey Felipe V, compensó a Colmenar con dos años de perdón en la remisión de tributos al Rey. También es cierto que los colmenaretes, en suplicante carta, habían pedido cuatro.

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Juan  Rodriguez Duran