Antonio Figueroa

Un paseo por la historia de su vida 
(Publicado en LA VOZ DE AURELIA - abril de 2012)

Sábado, 14 de enero de 2012. 21:07. Teatro Municipal Diéguez. En ese momento da comienzo el homenaje a Antonio Figueroa. Y allí está él, Antonio, sentado en el 2º palco a la izquierda del escenario. Expectante, inquieto, hasta un poco sorprendido de que se haya montado todo eso solo por él, por su obra. A su lado, su mujer, Carmen. Detrás, sus hijas, Mari Carmen y María Luisa, “las dos Marías” como dice Antonio. En el palco de al lado, sus yernos y sus nietos. Y llenando el teatro, el pueblo de Colmenar. Su gente, sus paisanos, los que le han visto crecer y los que un día le despedirán con todos los honores que merece.
 
Quizás recitando una de sus poesías, o cantando una de sus composiciones, o exponiendo alguno de sus retratos. Quién sabe, aunque el acto organizado por el Grupo Zacatín y dirigido por Jesús Olivas es una buena muestra. Las más de tres horas de espectáculo pasan volando.
 
Finalizan con Antonio, en medio del escenario, que acompañado por la rondalla toca un par de piezas musicales. Que ¿qué es la rondalla? Pues básicamente, 15 o 16 amigos que cada lunes y viernes desde hace 15 años se reúnen en la Casa de Cultura para pasar un buen rato, acompañados de guitarras bandurrias, laúdes, etc. “Lo mejor que hemos hecho desde que somos mayores”, como se dicen Antonio y su inseparable Florentino cada vez que acuden a la cita.
 
Le preguntamos al homenajeado qué cómo vivió aquella noche del pasado 14 de enero. “Fue una cosa que me sobrepasó, porque nunca he pretendido eso, que me dieran un homenaje. Lo que más me gustó fue el ver cosas que yo he hecho y que si no fuera por los actores que las interpretaron nunca hubieran salido de un cajón, nadie las hubiera visto. Eso me encantó, porque sin actores no hay directores”, nos responde Antonio, intentando eludir alguna responsabilidad. Seguimos insistiendo en el homenaje, aunque sabemos que no le gustan los halagos, ¿qué se le pasaba por la cabeza mientras miraba al escenario? “Me acordé de mucha gente que ya no está. De mis padres. De mi madre, a la que muchas veces oía a las dos o las tres de la mañana con la máquina de coser. De mi hermano Pablo, con el que he estado toda la vida trabajando en el campo. De mi hermana Mercedes, que está inválida y muy enferma, la pobre. De amigos de la niñez, como Pepe Cámara, que estuvo siempre conmigo. No sé, sentí mucha melancolía”, finaliza de hablar Antonio con un rasgo de emoción en la mirada.
 
Conversar un rato, que se puede convertir en horas y horas, con Figueroa es hacerlo sobre la historia de este pueblo y de este país. Mejor dicho, sobre sus gentes, que al fin y al cabo son los que hacen la historia. La charla transcurre sin ningún guion establecido y salta de Adolfo Suárez o Pascual Maragall, políticos aquejados de Alzheimer, a los poetas de la Generación del 27, exiliados tras la Guerra Civil. De Machado, Lorca o Miguel Hernández, la conversación pasa sin aviso previo a ilustres hijos que vio nacer Colmenar como Pepe García, que estuvo en ‘La Barraca’, la compañía de teatro dirigida por Lorca que recorrió España durante la II República. O Saturio Martínez, que ahora vive en Valencia, que estuvo en Latinoamérica con su compañía de teatro “Fiesta de Fiestas”, y con el que hasta hace bien poco Antonio mantenía contacto a través de cartas, sus primeros años.
 
Nacido el 7 de noviembre de 1930 en la Callejuela de Palacio número 32, los primeros años del hijo de Pablo y María Luisa estuvieron marcados por el triste contexto que envolvía a este país. La Guerra Civil, que empezó en 1936 y se alargó durante tres años, había divido a España en dos bandos irreconciliables, que se mataban el uno al otro sin piedad alguna.
 
“Mi primer recuerdo es cuando yo tenía tres años y mi hermana Mercedes tres meses. Ella estaba en la mecedora y de repente se cayó al fuego. Yo avisé a mi madre y por eso salvó la vida, aunque debido al fuego perdió un dedo y parte de otro. También me acuerdo de cuando sonaban las sirenas para que nos refugiáramos porque caían las bombas”. Son las primeras imágenes que rememora aquel niño que, junto a otros pocos, acudía en plena guerra a casa del Tío Guarín para que este les enseñara a leer y a escribir, ya que “entonces no había escuela”.
 
Llegó la década de los 40 y con ella la posguerra. “Fue mucho peor que la guerra”, nos dice Figueroa, para añadir que “murió mucha gente de hambre. Mira, me acuerdo como si fuera hoy de ir por la calle y ver a algún hombre mayor delante de mí recoger del suelo cualquier mondadura (cáscara) de naranja y comérsela, ya que no tenían nada más que llevarse a la boca”. En el caso de Antonio la situación no fue tan dramática, aunque “a los 12 años ya empecé a trabajar en el campo, donde he estado toda mi vida, de yuntero, llevando dos mulas que no veas lo jodido que era domarlas”, concluye. En paralelo al agotador quehacer en el campo colmenarete, Figueroa sacaba tiempo para leer, pintar o aprender a tocar la guitarra de la mano de Paco Verdines, un hombre del pueblo al que su abuelo conocía.
 
Poco a poco, aquel chaval de gran inteligencia y con gusto por cualquier arte se hizo mayor. Dicen que todo gran hombre tiene detrás una gran mujer. Pues en el caso de Antonio, esto se cumple a rajatabla.
 
Su lugarteniente, su compañera de viaje, es Carmen, una mujer a la que conoció con 19 años. Ella tenía entonces 17. “Fue en las Navidades de 1949”, nos cuentan ambos, interrumpiéndose el uno al otro. “Donde está el Supermercado Día ahora nos vimos por primera vez”, logra imponerse Antonio, para continuar diciendo que “pero luego no la volví a ver hasta mucho después. Hasta el 8 de junio del año siguiente, que es cuando empezamos a salir”. Impresionante, todavía recuerda la fecha exacta. De aquel noviazgo saldría un matrimonio el 7 de noviembre de 1957, el mismo día que 27 años antes venía al mundo Antonio, y dos hijas: Mari Carmen en 1958 y María Luisa en 1962.
 
A Antonio casi sin darse cuenta, por lo deprisa que pasa la vida y por cómo la había vivido, le llegó la jubilación. Y con ella una angina de pecho en 1989, que a punto estuvo de llevársele por delante. Afortunadamente no lo hizo, pero pasó mucho tiempo en el hospital, y allí se dio cuenta de muchas cosas, cambió su manera de percibir la vida. “Tuve muchos desengaños, gente que creía que estaba conmigo y luego resulta que estaba un poco más allá, aprendí mucho de aquella vivencia”, nos cuenta Figueroa recordando esos meses. Dice el dicho que lo que no te mata te hace más fuerte, y para Antonio aquello supuso una energía de vitalidad enorme. Y es que, al poco tiempo de sufrir la angina, comenzó a dar clases de dibujo y pintura a “16 o 17 muchachas, casi todas de Colmenar, pero también venían de Chinchón y de Belmonte”, en el sótano de la sede del PSOE, en la calle Marcos González. Figueroa disfrutaba tanto enseñando sus conocimientos “nos lo pasábamos bomba”, reconoce, que aquello duró casi 12 años.
 
Autor de varios libros Esos años finales del siglo pasado también sirvieron para que Antonio Figueroa estampase su firma en dos libros que vieron la luz en 1987 y 1991. “Colmenar suspira y canta” y “Voces del silencio”, son los títulos de los dos ejemplares que glosan centenares de poemas. Colmenar, el amor y el mar son los temas preferidos, que se repiten una y otra vez en ambos manuscritos, editados los dos por Ramón Corral. Además, en lista de espera, tan solo a falta de un apoyo económico que se atreva con su publicación, están “En la Tierra y Sobre el Aire. Las Tinajas de Colmenar de Oreja” y “Olor de existencia”. Y todo esto solamente son un conjunto de poemas ordenados, porque la mayoría de la obra de Antonio permanece inédita.
 
Ante la pregunta de qué va hacer con toda su obra, el autor nos responde: “La verdad es que nunca lo he pensado ni quiero hacerlo. Además, es algo que a mí no me toca decidir. Mira, la historia se escribe por esas cosas y si la historia sigue escribiendo de alguien es porque ese alguien vale para ella. Entonces, ya se verá, no hay que darle más vueltas”.
 
Finalizamos la charla con dos cuestiones: ¿Qué le parece la que hay montada, la crisis actual; y cómo le gustaría que se le recordase? Antonio se toma su tiempo para responder, tiene las cosas claras, aunque prefiere elegir siempre las palabras adecuadas. “Les digo una cosa, a pesar de la situación que estamos viviendo, ningún tiempo pasado fue mejor. La vida siempre marcha hacia delante, nunca da pasos hacia atrás. Hemos llegado hasta aquí porque la mayoría de la gente no tiene ninguna preparación y la única manera de salir es con más cultura. Yo siempre les digo a aquellos que tienen hijos pequeños que no cometan el error de ellos y de sus padres, y que les formen todo lo posible, porque hasta para barrer la calle hace falta cultura”.
 
Después de tan ferviente defensa de la educación, a Antonio ya se le olvidaba responder a la última pregunta:

 “¿Qué cómo quiero que me recuerden? 

Que me olviden pronto, que los recuerdos traen siempre muchas amarguras. Aunque sí lo hacen no me gustaría dejar un recuerdo ingrato”. 

Tengalo usted por seguro que así será.
 
Falleció el 14 de agosto de 2019 D.E.P.


                                              PORQUE LA VIDA ES CORTA

                                               Porque la vida es corta, no llorar,
                                               hacedla llevadera, más sencilla.
                                              Sembrad y proteged vuestra semilla,
                                              que el tiempo no la llegue a estropear.
                                              En este tiempo corto hay que criar,
                                              amor y procurar que la polilla,
                                              no encuentre del granero su escotilla,
                                              y pueda la cosecha destrozar.

Sembrad de mano a mano la amistad,
haced de vuestro pecho, un gran hogar
y dar todo el amor a manos llenas,
que sean vuestras penas las ajenas,
que es vuestro fin, el fin de amar
y haréis de este vivir la gran verdad.
 
Antonio Figueroa

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Juan  Rodriguez Duran