Los Hornos
En épocas anteriores tenía gran auge la industria del esparto y de las Tinajas que, junto a la explotación de piedra caliza, contribuyó al desarrollo de una de las economías más saludables de nuestro entorno, hoy esas tinajas son motivo de adornos en jardines y entradas en las rotondas a otras ciudades.
La fabricación de la tinaja para la elaboración y conservación del vino fue la industria por excelencia de nuestro pueblo al que dio renombre, abundante trabajo y gran importancia para su economía . Única en su género, la tinaja de Colmenar alcanzó justa fama y pobló todas las bodegas de España.
Los Hornos de Cocer Tinajas
El origen de estas vasijas fue la elaboración y conservación del vino, siendo única en su género en el ámbito nacional durante muchos años después de su aparición que de data a mediados del siglo XVIII.
A finales del siglo XIX las industria tinajera vivió en Colmenar su época dorada con la aparición de importantes establecimientos en manos de unos cuantos fabricantes descendientes de auténticas sagas familiares de artesanos locales.
La fábrica "El Convento", por ejemplo, una de las más conocidas de la localidad, contaba con máquina de vapor batidora, elevadora de agua, astilla de palmear y suela de alisar y producía al año de ochenta a cien mil arrobas.
Entre sus méritos, conservaba con orgullo la tinaja de mayor cabida que hasta entonces se conocía: 1.041 arrobas, construida por un oficial de la casa en 1889 y que debido a su extraordinario tamaño no pudo cocerse (El Liberal, 4 de junio, 1899). Este mismo oficial, había construido unos años antes otras dos piezas de gran tamaño (de 714 y 695 arrobas de cabida) que su patrón regaló a los marqueses de La Laguna y que fueron a parar a las magníficas bodegas de su Cortijo de "San Isidro"
A partir de la segunda década del siglo veinte esta industria entró en una progresiva decadencia. La epidemia de filoxera que arruinó los extensos viñedos de las comarcas más próximas y la aparición y difusión de la tinaja de cemento para conservar el vino y el aceite, fueron las principales causas del declive tinajero en Colmenar.
Las 35 manufacturas registradas en la estadística oficial de principios del siglo, se habían reducido, en 1930, en más de la mitad.
Durante los difíciles años de la posguerra, el oficio se mantuvo ocupando a jornaleros agrícolas que durante los meses más fríos del año se dedicaban a fabricar tinajas para los propietarios existentes.
La industria de las tinajas no solo tuvo un fuerte impacto en la economía local, su importancia como ocupación predominante y su continuidad en el tiempo llegaron a instaurar un particular modo de vida. La presencia y tradición del oficio, en el que participan todos los miembros de la familia, propiciaron la configurando de un espacio común de vida y trabajo; el tipo de vivienda, el entramado urbano, las pautas y lugares de sociabilidad giraban en torno a los modos y tiempos de la labor tinajera.
"Se puede asegurar que con el producto de las tinajas vive una quinta parte de población, y con las leñas, carros, etc. disfruta de sus productos la mayor parte de los vecinos. Por esta razón, el año que es mala su venta, se echa al momento de ver en el pueblo". (F. de Pablos, 1891)
El trabajo y el oficio del tinajero
El oficio de tinajero se heredaba de padres a hijos y entre sus reglas de aprendizaje funcionaba la jerarquía profesional del mundo de los artesanos: maestros, oficiales y aprendices.
La destreza y la experiencia acumulada por el maestro, garantizó la supervivencia de este oficio y de una arraigada cultura artesanal. Hasta sus últimos días, la fabricación tinajera, como muestran los testimonios de sus protagonistas, conservó la autonomía y el control del artista sobre su propio trabajo.
La tinaja tradicional era la panzuda o cónica y su capacidad oscilaba entre 300 y 500 arrobas llegando a alcanzar los tres metros de altura.
En su fabricación se tardaba aproximadamente nueve meses y se empezaba en octubre y terminaba a primeros de junio, cada tinajero llevaba a la vez un determinado número de ellas ya que se hacían por partes al tener que dejar secar el barro durante unos días para que no se desmoronase, antes de subir otra altura.
El proceso de fabricación se prolongaba a lo largo de tres etapas bien diferenciadas:
1) La extracción y preparación de la arcilla
La arcilla o materia prima utilizada procedía de los cerros del entorno y se sacaba mediante pozos en los que trabajaban de tres a seis obreros. Después se vendía a los fabricantes por cargas de 60 kilos.
El barro extraído se volcaba en unas balsas llamadas jaraíces donde se batía con agua, se pisaba y revolvía con arena hasta formar una masa compacta. Ésta se transportaba hasta los talleres, se extendía en el suelo y se volvía a pisar y a revolver hasta conseguir una masa lisa y firme que, junta en un montón o sobón, se almacenaba en las cuevas, protegiéndola con esteras humedecidas, hasta el año siguiente.
2) La fabricación y preparación de la arcilla
El tinajero empezaba su labor utilizando solamente una astilla de madera y un mazo para alisar y endurecer el barro. Así, con sus hábiles manos comenzaba a modelar la tinaja por la base (o guinuelo) sobre una banqueta hasta llegar a levantar poco a poco una altura de varios palmos. Después de obrar el “empiece”, procedía a construir el cilindro o panza de la pieza a través de etapas más largas que se iban sobreponiendo en forma de múltiples anillos circulares.
Después, se moldeaba la boca o parte por la que se estrecha la tinaja. Lo habitual, era que “la labranza se hiciera a tinaja quieta”, es decir, el tinajero se movía alrededor de la pieza mostrando una enorme pericia en el moldeado. Entre el final del cilindro y el comienzo de la boca, cada fabricante estampaba su firma en un ritual simbólico del quehacer tradicional del artesano.
(Fotografía del empiece de tinajas de taller artesano de Colmenar de Oreja (Colección de Josefina Freire)
3) El enhorne y la cocción de tinajas
Terminadas y secas, las tinajas se transportaban hasta los hornos cercanos para proceder a su cocción. El traslado de la labor era una de las operaciones más delicadas del proceso y requería de la experiencia y los cuidados de manos expertas que evitaran el riesgo de rotura. Si la tinaja era de paredes cilíndricas se transportaba rodando apoyada en listones de madera previamente untados de jabón para garantizar el deslizamiento.
Cuando se trataba de ejemplares de panza cónica se recurría a la red de enhornar, “una especie de cinturón de esparto trenzado, con varias abrazaderas separadas por nudos que protegían las manos de los cargadores”.
Una cuadrilla de diestros enhornadores, entre 12 y 15 hombres bajo la dirección de un encargado, introducía las tinajas en el interior del horno. Las piezas se colocaban de manera muy ordenada, aprovechando al máximo el espacio interior. Una vez cerrado con adobes el arco de apertura, comenzaba el proceso de encendido. Los hornos se alimentaban con gavillas de leña, sarmientos y carrasca recogidas en los alrededores del pueblo o traídas de otros lugares próximos.
El horno iba cogiendo temperatura lentamente hasta llegar a un fuego intenso que caldeaba el barro. Pasados siete días y, enfriado el horno, se sacaban las tinajas cocidas rompiendo la pared de adobe por donde habían sido introducidas. Las piezas reposaban en las inmediaciones a donde acudían los compradores, cosecheros de vino y aceite procedentes de los pueblos vecinos de Chinchón, Villarejo de Salvanés, Arganda, Villaconejos, etc. Una vez comprada la pieza se remataba el trabajo cubriéndola con una ligera capa de pez o sebo, lo que garantizaba su conservación.
Finalmente, las piezas se transportaban en carretas hasta su destino. El trasiego y la concentración de carretas en época de entregas se convertían en un espectáculo para el visitante.
Carro de Colmenar transportando una tinaja - Fotografía original de Guirao Girada. (Colección particular de María Manzanera)
El horno y su funcionamiento
El horno de cocer tinajas era el elemento central del proceso de fabricación y su peculiar fisonomía ha dejado una fuerte impronta en el paisaje de Colmenar. Tal y como se puede ver en los ejemplares conservados, se trata de una construcción cuadrangular de unos cinco metros de lado y muros de mampostería (de piedra caliza extraída de las canteras locales) con las esquinas redondeadas sobre los que apoya una cubierta abovedada de ladrillo conocida como "capilla".
Este techo de inspiración árabe, tiene una explicación funcional antes que estética ya que una bóveda de estas características resultaba imprescindible para garantizar la resistencia y el reparto de las altas temperaturas que se alcanzaban en el interior de esas cuatro paredes.
La cúpula está horadada de pequeños orificios o respiraderos por los que sale el humo de la cocción.
Al interior del horno se accedía por dos puertas, una situada al norte, en forma de arco de medio punto y de mayor tamaño que se utilizaba para introducir la labor. La otra puerta, orientada al sur sobre una cota menor de altura, facilitaba el acceso a la cámara inferior, la llamada hogar o bacha, por donde se introducía la leña que alimentaba el horno.
Sobre la bóveda de este subterráneo se encuentra la parrilla, lugar donde se colocaban las tinajas.
(Fotografía del hornero alimentando la boca de leña y un horno en plena cochura/Colección de Josefina Freire)
Finalmente, el patio o espacio abierto que rodeaba la construcción, era el lugar que se utilizaba para almacenar las tinajas una vez cocidas y los depósitos de barro procedente de las terreras.
Hasta los años 60 funcionaron los hornos, y forma simultánea llegaron a funcionas hasta tres docenas de hornos. En la actualidad, se mantienen en pie dos o tres de éstos en avanzado deterioro, como podemos ver en la fotografía, protegidos como piezas de arquitectura singular y única.
En las casas de labranza de Colmenar no solía faltar la bodega y la cueva, llegando a alcanzar durante el siglo XVIII en torno a las 150. Las cuevas de vino de nuestra ciudad están excavadas en la piedra caliza y conservan en su mayoría las tradicionales tinajas fabricadas en otro tiempo en Colmenar, plasmando una imagen intemporal. Su temperatura y humedad constante son ideales para la conservación y envejecimientos de los vinos, que permiten sin duda una agradable visita en cualquier época del año.
Una tinaja de Colmenar abría el pabellón de Madrid en la Exposición Universal de Sevilla de 1992 y otra de ellas decora los jardines de la Casa de los Príncipes de Asturias, regalo del Ayuntamiento de Colmenar de Oreja con motivo de su enlace.
Fuente: Parte de esta información ha sido obtenida con su autorización de la Web: www.madrimasd.org
Programa de Ciencia y Sociedad de la Dirección General de Universidades e Investigación, y es fruto de un trabajo de investigación de difusión del patrimonio industrial de la Comunidad de Madrid - Autora: Paloma Candela Soto - Grupo de Investigación en Ciencias Sociales del Trabajo "Charles Babbage" (UCM)